martes, 13 de octubre de 2009

Maeterlinck

Apenas expresamos algo lo empobrecemos singularmente. Creemos que nos hemos sumergido en las profundidades de los abismos y cuando volvemos a la superficie la gota de agua que pende de la pálida punta de nuestros dedos ya no se parece al mar del que procede. Creemos que hemos descubierto en una gruta maravillosos tesoros y cuando volvemos a la luz del día sólo traemos con nosotros piedras falsas y trozos de vidrio; y sin embargo en las tinieblas relumbra aún, inmutable, el tesoro.

lunes, 12 de octubre de 2009

EL ARTE, Auguste Rodin

Es feo en el arte lo que es falso, lo que es artificial, lo que pretende ser bonito o bello en lugar de expresivo, lo que es afectado y precioso, lo que sonríe sin motivo, lo que amanera sin razón, lo que se arquea o se endereza sin causa, todo lo que carece de alma y de verdad, todo lo que no es más que alarde de hermosura y de gracia, todo lo que miente.

Cuando un artista, con la intención de embellecer la Naturaleza, añade verde a la primavera, rosa a la aurora, púrpura a los labios jóvenes, crea fealdad porque miente.

Cuando atenúa la mueca de dolor, la deformidad de la vejez, el espanto de la perversidad, cuando corrige la Naturaleza, cuando la vela, la disfraza, la modera para complacer al público ignorante, crea fealdad porque tiene miedo a la verdad.

sábado, 10 de octubre de 2009

LAS TRIBULACIONES DEL ESTUDIANTE TÖRLESS, Robert Musil

La afición de Tórless por ciertos estados de ánimo era el primer indicio de un desarrollo interior que luego se manifestó como una capacidad especial de asombrarse. Más adelante, se desarrolló en él, como condición dominante, la singular capacidad de sentir en los acontecimientos, las personas, las cosas y a menudo también en él mismo, algo de un carácter insuperablemente incomprensible, así como por otro lado de una afinidad inexplicable, nunca del todo justificada. Le parecían cosas accesibles a la inteligencia, y sin embargo no podía aprehenderlas con las palabras o el pensamiento. Entre los acontecimientos exteriores y su yo, más aún, entre sus propios sentimientos y aquella parte más íntima y recóndita de su yo, que anhela conocer esos sentimientos, quedaba siempre una línea divisoria que, como un horizonte, retrocedía a medida que él se acercaba. Sí, cuanto más precisamente aferraba sus sensaciones al pensamiento, cuanto más las conocía, más extrañas e incomprensibles se le presentaban; de manera que terminaron por crearle la impresión de que no eran ellas las que se apartaban, sino que era él mismo que se alejaba, sin poder, de todos modos, librarse de la ilusión de que iba hacia ellas.