sábado, 21 de noviembre de 2009

GLOSA, Juan José Saer

Por alguna razón que ignora y en la que, por supuerto, no está pensando, los recuerdos y los pensamientos de Leto se interrumpen y Leto ve la calle, los árboles, el edificio del diario, los autos, el Matemático, el cielo, el aire, la mañana, como una unidad nítida y viva, de la que él está un poco separado pero bien presente, en todo caso en un punto justo y necesario del espacio, o del tiempo, o de una substancia, fluido o lugar sin nombre que es sin duda el óptimo, y en el que todas las contradicciones, sin que lo haya pedido, ni siquiera deseado, benévolas, se borran.

martes, 17 de noviembre de 2009

CUENTOS DEL EXILIO, Antonio Di benedetto

Me proyecto a un opuesto perfecto de la amargura, la violencia y el mal, y me veo a mí mismo convertido en pan dulce, en "panettone" italiano de harina, pasas y frutas escarchadas. Convertido en pan dulce, espolvoreado de azúcar impalpable, estoy en el escaparate de una pastelería, entre blancas tartas de bodas y cajas de bombones listadas de papel celofán de colores.

Una señora elige y compra ese pan dulce, es por la navidad. En su hogar un filoso cuchillo me corta, una mano me distribuye y muchos dientes me destrozan.

jueves, 5 de noviembre de 2009

EL HACEDOR DE SILENCIO, Antonio Di Benedetto

Los urbanistas de todas las naciones, que según Besarión no tienden a la ciudad antisonora, me rodean, juntan las cabezas por encima de mi cuerpo amilanado y me asestan un golpe de cordura:

—Se puede hacer la casa que no reciba ruidos, aunque es muy cara. Pero en la casa que más perfectamente impida la emisión del ruido, si se abre una ventana, el ruido sale.

Atiendo con respeto. Luego, ellos han terminado y, desde el suelo, yo pateo. Digo:

—Apelo.

—¿Apelas ante quién?

—Ante quien pueda mejorar al hombre.

—¿Para que no haga ruido?

—Para que el hombre no haga daño al hombre. Ni daño visible ni daño invisible.

—¿Y si lo hace sin saberlo...? ¿Si él cree emitir música y tú recibes el ruido...?

—Oh —me desespero, al advertir que emplean los secretos argumentos de mi mente—, entonces que se pueda creer en la palabra del hombre. Que baste levantar la mano y decir " No me hagas daño" y el otro se abstenga, al comprender que, para alguien, su jazmín es una lanza.

A veces me abstraigo y pienso así, en forma dialogada. Sólo que, como si fueran ciertos, estos diálogos intensos me dejan lacerado.