jueves, 21 de enero de 2010

POR LOS TIEMPOS DE COLLING, Felisbesto Hernández

Solamente cuando la conversación de él aflojaba o tenía poco interés, aprovechaban a entrar en mi atención los pensamientos de las angustias; ellos cubrían esos otros instantes y exigían que se les atendiera. Ya habían estado merodeando algunos; eran a propósito de la actitud que había tenido la muchacha del pañuelo en la cabeza. ¿No habría sido cierto que por ser una muchacha linda yo hubiera querido sobreponerme a ella diciéndole una palabra refinada? Para ella, "lazarillo", sería una palabra refinada. ¿Y que después me hubiera angustiado porque habría sentido que ella reaccionaba respondiendo con aquella actitud? Siempre me ocurría lo mismo con algunos hechos: yo era despertado por ellos; accionaba espontánea y alegremente; ellos llegaban inesperados y sorpresivos; y yo no sabía ni pensaba que después volverían y empezarían a merodear; ni cuáles de ellos serían los que me volverían, los que me habrían quedado pegados con angustia. Cuando la muchacha me habló con aquella reacción, yo me quedé contemplándola; estaba completamente ocupado en contemplarla, y hasta en obedecerla, como cuando me dijo que entrara. Después, me había quedado en la memoria mi propia actitud pasiva; y me avergonzaba y me fastidiaba hasta la angustia. A veces atinaba, yo también, a reaccionar a tiempo. Pero mi maldito ritmo, mi lentitud, hacía que casi siempre llegara tarde o fuera de lugar. Entonces esos serían los hechos que después volverían. Y eran capaces de volver, hasta después de años. Y al recordarlos, de pronto, hacía inevitablemente una contracción de todos los músculos.

jueves, 14 de enero de 2010

LOS SIETE LOCOS, Roberto Arlt

Y clavados los ojos en el rincón sudeste del cuarto, sin sonreír, con una expresión casi dolorosa en el semblante sucio, con barba de tres días, Barsut monologaba lentamente, contaba sus terrores de hombre de veintisiete años, la preocupación que le había dejado en el entendimiento el guiño de un pez tuerto, y relacionando el pez tuerto con la mirada fisgona de una anciana alcahueta que quería que se casara con su hija que se dedicaba al espiritismo, derivaba la conversación hacia cada absurdo que de pronto, Erdosain, olvidándose de su rencor, se preguntaba si el otro no estaría loco. Elsa, indiferente a todo, cosía en la habitación medianera, mientras un profundo malestar inmovilizaba a Erdosain.

LA FUERZA DE LA COSTUMBRE, Thomas Bernhard

ESCENA PRIMERA

A la izquierda un piano
Delante cuatro atriles
Armario, mesa con radio, sillón, espejo, cuadros
El quinteto La Trucha por el suelo
Caribaldi está buscando algo debajo del armario


malabarista, entrando
Pero qué hace usted ahí
El quinteto en el suelo
Señor Caribaldi
Mañana Augsburgo
verdad

CARIBALDI
Mañana Augsburgo

MALABARISTA
El precioso quinteto
(recoge el quinteto)
Por cierto he recibido
la carta de Francia
(pone el quinteto en uno de los atriles)
Figúrese
con una garantía
Pero la experiencia enseña
que no se debe aceptar
una oferta
enseguida
Eso enseña la experiencia
(arregla el quinteto en el atril)
Sobre todo Burdeos
la ciudad blanca
Pero qué busca ahí
Señor Caribaldi
(coge el violonchelo que está apoyado en el atril, lo limpia con la manga derecha y vuelve a apoyarlo en el atril)
Polvoriento
todo está polvoriento
Porque tocamos
en este lugar tan polvoriento
Hace viento aquí
y polvo

CARIBALDI
Mañana Augsburgo

MALABARISTA
Mañana Augsburgo
Por qué tocamos aquí
me pregunto
Me pregunto por qué
Eso es cosa suya
Señor Caribaldi