Todo el día siguiente tendría que estar en su consultorio de abogado redactando escritos, pensando en desgracias humanas, entre ellas muchas familiares. Luego se iría a casa. ¿Para ver a quién? Después llegaría el verano, un verano largo, viajes, la canoa, la tienda de campaña; y, de nuevo, ¿con quién? Sintió deseos de ser mejor, más humano, de hacer cualquier cosa por que ella fuera feliz.
Cuando salieron a la plaza de la estación los faroles ya estaban encendidos, habían amontonado la nieve y se la habían llevado. Ninguno de los dos tenía la sensación de haber hecho un viaje, ni de haber pasado dos días juntos. Comprendieron que tenían que decirse adiós e ir cada uno a su casa, y que no volverían a verse hasta dos o tres días después. Todo volvía a ser como todos los días, sencillo y tranquilo; y se despidieron como siempre, con una sonrisa rápida y sin que él la acompañara.