Y soñaba con grandes ciudades despobladas, abandonadas, derruidas. Iba por las calles sobre el asfalto ardiente; el silencio era tan tenso que al caminar sentía yo como si fueran a rompérseme los tendones de mis tobillos. Andaba de puntillas, mas a pesar de ello, a cada instante, un edificio se derrumbaba tras de mí, lenta y silenciosamente; inclinándose, agrietándose, desmoronándose trozos de piedra, bloques, ladrillos, marcos de ventanas, vidrios; todo silenciosa y calladamente se pulverizaba, como en un film en cámara lenta, hacia los cuatro puntos cardinales.
Soñaba con sombras sin sangre, sobre inmensas pantallas blancas, que se lanzaban contra sí mismas luchando a vida o muerte, derrumbándose unas a otras. Y en el aire resonaba, retumbaba, bramaba una música de ópera, que quién sabe de dónde provenía.