miércoles, 10 de diciembre de 2014
EL GRAN SUEÑO DE ORO, Chester Himes
Nadie vio que Sugar Stonewall doblaba la esquina y echaba a correr por la séptima avenida. Era un hombre de piernas largas y estevadas, y pies planos. Corría como si sus pies fueran filetes de ternera y las calles estuvieran cubierta de vidrios rotos, y usaba los brazos como un molino de viento para mantenerse a flote. No sabía cuánto tiempo tendría que correr, ni de cuánto tiempo dispondría para hacerlo.