sábado, 3 de octubre de 2015

LA DAMA DEL LAGO, Raymond Chandler

Durante unos breves instantes, las aguas fueron un confuso hervidero. Luego las ondas comenzaron a ensancharse lentamente hasta perderse en la distancia, haciéndose más y más leves, con un copo de espuma en el centro. Se oyó un ruido atenuado, sordo, que parecía llegar a nosotros con enorme retraso. Un viejo trozo de madera, putrefacto por la acción del agua, surgió súbitamente a la superficie. Su extremidad carcomida emergió más de medio metro fuera del agua y cayó de nuevo con un sordo chapoteo.

Las profundidades se fueron aclarando. Algo que no era un pedazo de madera se movía entre las olas. Se levantaba lentamente, con una infinitamente descuidada languidez; algo oscuro, largo y retorcido que rodaba perezosamente en el agua mientras subía. Rompió la tersa superficie de modo descuidado y sin prisas.

Vi lana negra, empapada, una chaqueta de cuero más negra que la tinta, un par de pantalones. Vi zapatos y algo que sobresalía extrañamente. Pude ver, también, una cabellera rubia oscurecida estirándose en el agua y permaneciendo un breve instante inmóvil para volver a arremolinarse.

La cosa volvió a girar nuevamente y un brazo apareció apenas sobre la superfie del agua, y ese brazo terminaba en una mano hinchada que parecía la extremidad de un monstruo. Luego apareció la cara, una masa blancuzca deshecha, hinchada, sin rasgos, sin ojos, sin boca. Un amasijo grisáceo, una pesadilla provista de cabellos.