sábado, 14 de marzo de 2009

YURI KAZAKOV, El mar blanco

Todo el día siguiente tendría que estar en su consultorio de abogado redactando escritos, pensando en desgracias humanas, entre ellas muchas familiares. Luego se iría a casa. ¿Para ver a quién? Después llegaría el verano, un verano largo, viajes, la canoa, la tienda de campaña; y, de nuevo, ¿con quién? Sintió deseos de ser mejor, más humano, de hacer cualquier cosa por que ella fuera feliz.

Cuando salieron a la plaza de la estación los faroles ya estaban encendidos, habían amontonado la nieve y se la habían llevado. Ninguno de los dos tenía la sensación de haber hecho un viaje, ni de haber pasado dos días juntos. Comprendieron que tenían que decirse adiós e ir cada uno a su casa, y que no volverían a verse hasta dos o tres días después. Todo volvía a ser como todos los días, sencillo y tranquilo; y se despidieron como siempre, con una sonrisa rápida y sin que él la acompañara.