jueves, 5 de noviembre de 2009

EL HACEDOR DE SILENCIO, Antonio Di Benedetto

Los urbanistas de todas las naciones, que según Besarión no tienden a la ciudad antisonora, me rodean, juntan las cabezas por encima de mi cuerpo amilanado y me asestan un golpe de cordura:

—Se puede hacer la casa que no reciba ruidos, aunque es muy cara. Pero en la casa que más perfectamente impida la emisión del ruido, si se abre una ventana, el ruido sale.

Atiendo con respeto. Luego, ellos han terminado y, desde el suelo, yo pateo. Digo:

—Apelo.

—¿Apelas ante quién?

—Ante quien pueda mejorar al hombre.

—¿Para que no haga ruido?

—Para que el hombre no haga daño al hombre. Ni daño visible ni daño invisible.

—¿Y si lo hace sin saberlo...? ¿Si él cree emitir música y tú recibes el ruido...?

—Oh —me desespero, al advertir que emplean los secretos argumentos de mi mente—, entonces que se pueda creer en la palabra del hombre. Que baste levantar la mano y decir " No me hagas daño" y el otro se abstenga, al comprender que, para alguien, su jazmín es una lanza.

A veces me abstraigo y pienso así, en forma dialogada. Sólo que, como si fueran ciertos, estos diálogos intensos me dejan lacerado.