martes, 28 de abril de 2009

BARTLEBY, EL ESCRIBIENTE, Herman Melville

Subiendo a mi antigua morada, encontré a Bartleby silencioso, sentado sobre la baranda en descanso.

—¿Qué está haciendo ahí, Bartleby? —le dije.

—Sentado en la baranda —respondió humildemente.

Lo hice entrar a la oficina del abogado, que nos dejó solos.

—Bartleby —dije —, ¿se da cuenta de que está ocasionándome un gran disgusto, con su persistencia en ocupar la entrada después de haber sido despedido de la oficina?

Silencio.

—Tiene que elegir. O usted hace algo, o algo se hace con usted. Ahora bien, ¿qué clase de trabajo quisiera hacer? ¿Le gustaría volver a emplearse como copista?

—No, preferiría no hacer ningún cambio.

—¿Le gustaría ser vendedor en una tienda de géneros?

—Es demasiado encierro. No, no me gustaría ser vendedor —respondió como para cerrar la discusión.

—¿Qué le parece un empleo en un bar? Eso no fatiga la vista.

—No me gustaría, pero, como he dicho antes, no soy exigente.

Su locuacidad me animó. Volví a la carga.

—Bueno, ¿entonces quisiera viajar por el país como cobrador de comerciantes? Sería bueno para su salud.

—No, preferiría hacer otra cosa.

—¿No iría usted a Europa, para acompañar a algún joven y distraerlo con su conversación? ¿No le agradaría?

—De ninguna manera. No me parece que haya en eso nada preciso. Me gusta estar fijo en un sitio. Pero no soy exigente.