miércoles, 22 de septiembre de 2010

EL PENTÁGONO, Antonio Di Benedetto

Es una vida dura, sí, porque uno sabe que siempre está reflejado en los otros dos y que cuanto uno hace lo hacen los otros y que por consiguiente se lo estorban, como uno se los estorba a los otros. Puesto que ahí está todo y todo se resuelve en eses volver a ellos y ellos volver a uno, todo, ciertamente, es incierto. Lo único que parece cierto es que uno se hallará en los otros y los otros se hallarán en uno.

No vale una lágrima, por ejemplo, vestirse de domingo, cuando la oficina está cerrada, e ir a pasear a la avenida, porque allí, sin duda, estarán los otros, paseando para ver a las mismas muchachas, vestidos con trajes del mismo precio que el mío, porque ganamos lo mismo y no podemos comprar nada más caro y no nos rebajaríamos a comprar nada más barato. No vale, no, porque cuando yo ponga el pie en el cajón de lustrar, ellos igualmente pondrán su pie y si alguno de ellos lo hubiera puesto antes que yo, yo lo pondría al mismo tiempo que él y también el otro y así lo tres simultánea, uniforme, indénticamente, siempre...