miércoles, 30 de marzo de 2011

CHELKASH, Máximo Gorki

El mar siempre despertaba en él un sentimiento amplio y cálido que se apoderaba de su alma, depurándola en cierto modo de la basura de la vida. Estimaba esto y le agradaba verse mejor allí, entre el agua y el aire, donde las preocupaciones de la vida y la vida misma pierden, las primeras, su intensidad, y la segunda, su valor.

SANTUARIO, Willian Faulkner

Al mirar la comida descubrió que no tenía ningún apetito, que ni siquiera quería mirarla. Levantó el vaso y vació su contenido con una expresión de cautela en el rostro; se acostó y desvió apresuradamente la cara de la bandeja, palpando en busca de los cigarrillos. Al ir a encender el fósforo miró de nuevo la bandeja, cogió cuidadosamente un fragmento de patata entre los dedos y se lo comió. Se comió otro; el cigarrillo por encender en la otra mano. Luego dejó el cigarrillo, cogió el cuchillo y el tenedor y comenzó a comer, deteniéndose de vez en cuando para subirse la bata hasta el hombro.

LOS SIETE AHORCADOS, Leonidas Andreyev

Se contempló a sí mismo con atención, con interés, comenzando por los grandes zapatos de prisionero, terminando por el estómago en el que se hinchaba el uniforme de prisionero. Comenzó a andar por la habitación abriendo los brazos mientras se seguía contemplando, como una mujer con un vestido nuevo que le queda largo. Giró la cabeza. Ésto, por alguna razón un tanto terrorífica, era él: Serguei Golovin, y esto dejaría de serlo. Y todo se hacía muy extraño.