miércoles, 30 de marzo de 2011

LOS SIETE AHORCADOS, Leonidas Andreyev

Se contempló a sí mismo con atención, con interés, comenzando por los grandes zapatos de prisionero, terminando por el estómago en el que se hinchaba el uniforme de prisionero. Comenzó a andar por la habitación abriendo los brazos mientras se seguía contemplando, como una mujer con un vestido nuevo que le queda largo. Giró la cabeza. Ésto, por alguna razón un tanto terrorífica, era él: Serguei Golovin, y esto dejaría de serlo. Y todo se hacía muy extraño.