domingo, 6 de diciembre de 2009

POLZUNKOV, Fedor Dostoievski

Su continua movilidad, sus giros y contorsiones le daban la exacta semejanza de un muñeco. ¡Y cosa rara! Parecía temeroso de las bromas, a pesar de que vivía casi exclusivamente de hacer el bufón ante todo el mundo, expuesto siempre a recibir bofetadas tanto morales como materiales, a juzgar por la compañía de la que se rodeaba. Los bufones voluntarios no se merecen compasión, pero yo noté en seguida que este ser raro, este hombre ridículo no era un bufón profesional; aun había en él algo de caballeresco. Sus desasosiegos, sus recelos incesantes hablaban a su favor. Me parece que el deseo de congraciarse con todo el mundo se debía más a bondad de alma que a consideraciones mercenarias. Permitía que todos se le riesen en las propias narices de la manera más descarada; pero al mismo tiempo —y estoy pronto a jurarlo— le dolía y le entristecía pensar que la brutal grosería de sus oyentes se manifestase en risotadas, no precisamente ante sus dichos o hechos, sino ante él; que se burlasen de su persona, de su corazón, de su cabeza, de su facha, de todo su cuerpo, de su carne y de su sangre.