viernes, 16 de enero de 2009

WITOLD GOMBROWICZ, Ferdydurke

—Sí, pero la maestra de francés parece interesante —observó Pimko.

—¡Pero qué esperanza! Yo mismo no puedo hablar con ella durante un minuto sin bostezar dos veces por lo menos.

—¡Ah, entonces es otra cosa! ¿Serán, sin embargo, bastante experimentados y conscientes de su misión pedagógica?

—Son las más fuertes cabezas de la capital —repuso el director—; ninguno de ellos tiene un solo pensamiento propio; y si lo tuviese, ya me encargaría yo de echar al pensamiento o al pensador. Esos maestros son perfectos alumnos y enseñan sólo lo que aprendieron; no, no, no queda en ellos ningún pensamiento propio.

—Cucu, cuculato —dijo Pimko—, veo que dejo a mi Pepe en buenas manos. Sólo un verdadero maestro sabrá inyectar a sus alumnos esa agradable inmadurez, esa simpática indolencia e ineficacia ante la vida, que han de caracterizar a la nación, que será así un buen campo de actuación para nosotros, verdaderos pedagogos, "Dei gratia". Sólo con un personal bien adiestrado lograremos infantilizar a todo el mundo.

—Sss... Sss... Sss... —repuso el director Piorkowski, tomándolo por la manga—; es cierto, cuculillo, pero cuidado, no hay que hablar de eso en voz alta.