jueves, 19 de febrero de 2009

LEONIDAS ANDREYEV, El rey hambre

—A mí me tritura el martillo de hierro. Exprime la sangre de mis venas; rompe los huesos; me transforma en un pedazo de lata.

—A mí me mueve la rueda.

—Día y noche me golpea el serrucho en los oídos, cortando el acero. Todos los sueños, todo lo que veo, todas las palabras, todas las canciones que escucho, todo es el chirriar del serrucho cortando el acero. ¿Qué es la tierra? El chirriar de un serrucho. ¿Qué es el cielo? El chirriar de un serrucho, que corta el acero. Día y noche.

—Día y noche.

—Día y noche.

(El martillo golpea. Tres veces)

—Así trituran las máquinas.

(Una voz muy fuerte)

—Nosotros mismos somos pedazos de máquinas.

—Yo soy un martillo.

—Yo soy una correa siladora.

—Yo una rueda.

(Una voz débil)

—Yo soy un pequeño tornillo, con la cabeza partida en dos. Esto firmemente atornillado. Y callo. Pero tiemblo como todos.

—Yo soy un pedazo de carbón. Me lanzan al horno y doy fuego y calor. Y siempre me lanzan de un lugar a otro y mi fuego no se extingue jamás.

—Fuego somos. Hornos candentes.

—No; alimento del fuego.

—Somos máquinas.

—Tengo miedo.

—Tengo miedo.

(El martillo golpea)

(Suena una voz asustada e implorante)

—¡Oh, máquinas terribles!

—¡Oh, máquinas terribles!

—¡Oremos! ¡Oremos a las máquinas!