martes, 17 de febrero de 2009

SAMUEL BECKETT, Molloy

Debí haberme quedado dormido, porque en la ventana brillaba una enorme luna. Dos barrotes la dividían en tres partes, la intermedia era constante de tamaño, mientras que poco a poco la derecha iba ganando lo que perdía la izquierda. Porque la luna iba de izquierda a derecha o el cuarto iba de derecha a izquierda, o quizá los dos a la vez, las dos de izquierda a derecha, sólo que el cuarto más despacio que la luna, o de derecha a izquierda, sólo que la luna más despacio que el cuarto, si es que en tales condiciones puede hablarse de izquierda y derecha. Parecía indudable que estaban produciéndose movimientos de gran complejidad, y sin embargo, aparentemente, ¿qué más claro que aquel gran resplandor amarillo que bogaba lentamente detrás de los barrotes y era lentamente absorbido, hasta el eclipse, por la opacidad del muro? Y entonces su lento recorrido se inscribía en las paredes, bajo la forma de una claridad rayada de arriba abajo que por algunos instantes hicieron estremecer las hojas, y que terminó por desaparecer también, dejándome sumido en la oscuridad. ¡Qué difícil hablar comedidamente de la luna! ¡Es tan puta! Debe ser su culo lo que nos está exhibiendo todo el rato.