viernes, 18 de septiembre de 2009

LA DILIGENCIA FANTASMA, Amelia B. Edwards

Repetí la pregunta en voz algo más alta, pero con idéntico resultado. Entonces perdí la paciencia y solté el marco corredizo de la ventana. Al hacerlo, el tirante de cuero se partió, quedándoseme en la mano, y observé que el cristal estaba cubierto por una fina capa de moho, acumulado, se diría, en el curso de los años. Interesado por el estado de la diligencia, la examiné con mayor atención y, a la luz incierta de los faroles de fuera, vi que estaba absolutamente ruinosa. No sólo necesitaba reparaciones por todas partes, sino que se estaba pudriendo. Las ventanillas se rajaban al tocarlas. Los accesorios de cuero estaban enmohecidos y literalmente putrefactas las juntas de las molduras. El suelo casi se quebraba bajo mis pies. En pocas palabras, todo el vehículo estaba muy dañado por la humedad y pensé que sin duda había sido rescatado del almacén, donde llevaría años descomponiéndose, para rodar un par de días más por las carreteras.