jueves, 17 de septiembre de 2009

LOS OJOS DE UN CRIADO, Hermann Lenz

Ese pasó a ser entonces para él el camino más confortable: las estrechas calles muertas y las casas casi vacías; las calles reverberaban blancos; en un jardín había una mata de flores amarillas y el que una dama estuviese sentada en un balcón con los pies apoyados en un taburete, tapizado de rojo, y leyese reclinada, le produjo una alegría casi salvaje, y pensó: "Se lo explicaré a Elise".